jueves, 22 de enero de 2015



Ya estamos en Carnavales. Esta tarde voy a ver la primera fase de murgas infantiles, donde actúa mi ahijada con los Triqui Traquitos. Ahí les adelanto un capítulo carnavalero de mi nueva novela: El tesoro de la isla Encubierta.






Capítulo 38. Santa Cruz de Tenerife. 2013.

—¡Jorge, Jorge! ¿Puedes venir un momento?
—¡Espera un poco, ya voy!
Jorge desconectó el ordenador y entró en la habitación desde donde lo llamaba su madre. Se quedó petrificado al ver el caos que reinaba en la estancia. El piso estaba inundado de baúles, maletas y diversos objetos que apenas dejaban un espacio libre por donde pasar. Sobre la cama y los sillones se apilaba una tonga de disfraces y variopintos complementos.
—Pero ¿qué es esto? —preguntó Jorge asombrado.
—Nada. No pasa nada. Sólo estoy preparando los trajes para el Entierro de la Sardina y para el Carnaval de Día. Todavía no sé lo que me voy a poner, pero necesito que me alcances unos sombreros y unas pelucas del altillo.
Jorge entró en la habitación esquivando los obstáculos y se encaramó a una escalera.
—¿Qué quieres que te baje? —preguntó.
—Baja la caja de las pelucas. Baja todas, porque aún no sé las que me pondré.
—De acuerdo. Aquí tienes —dijo Jorge tendiéndole una enorme caja de cartón—. Y ¿qué sombreros quieres?
—Deja que piense. Para el Entierro de la Sardina me pondré el traje de viuda. Dame el sombrero negro con plumas y flores.
Jorge rebuscó en el altillo del armario hasta dar con el objeto solicitado y luego se lo tendió a su madre.
—¿Qué más? —volvió a preguntar.
—No estoy segura —comentó Pilita—. Todavía no me decidí. Pienso que el traje de bruja está bien. También podría llevar el de hindú o él de Aladín. Tú baja todos por si acaso.
Jorge siguió buscando y entregándole sombreros y un turbante.
—¿Y para papá?
—Si no sé de qué me disfrazaré yo, no tengo ni idea de lo que pensará él. Busca primero el sombrero de cura. Para el sábado opino que preferirá el traje de Sherlock Holmes o el de alcalde. Sí, son los mejores. Anda, busca la gorra, la lupa, la pipa y el sombrero de copa. Todo lo demás está aquí.
—Como quieras, pero esto es una locura. ¿Dónde vamos a colocar todo?
—Eso es cosa mía. Tú no te preocupes por eso. Yo haré sitio. Lo importante es tener todo a mano, que luego vienen las prisas y… Por cierto —dijo Pilita recogiendo los objetos que le dio su hijo—, cuando terminen los carnavales tienes que pasarme a un CD todas las fotos del año pasado. De momento las tengo en el escritorio, pero no vaya a ser que se vayan a perder. Están todas las fotos de Turquía, de las romerías y Navidades. ¡Ah! También hay unas del móvil de tu padre. Lo mejor será copiarlas todas.
—Ahora que dices lo del móvil de papá. Creo que todavía no viste las que hice yo con el mío. No son muchas, pero también se pueden copiar.
—¡Cierto, ya no me acordaba de ellas! Deja que airee estas pelucas y las vemos en un momento. ¿Tienes tiempo?
—Si no tardas mucho, sí. Quedé para salir, pero dentro de un par de horas.
—Pues vamos a echarles un vistazo. Ya seguiré organizando esto más tarde.
Jorge encendió el ordenador y pasó sus fotos.
—Así las veremos mejor —comentó—. Y están listas para copiar.
Dos cabezas se inclinaron sobre la pequeña pantalla.
—Esto era el aeropuerto de Nevsehir —dijo Pilita al ver las primeras fotos—. ¡Qué calor pasamos! Y las colas  en aquella explanada polvorienta. ¿Te acuerdas?
—No se me olvidará nunca. Después de tantas horas de viaje y tener que aguantar bajo ese solajero, porque no cabíamos en el aeropuerto.
—Mira, aquí fue cuando despegó el avión en el qué viajamos. Y era el único que había sobre la pista. Me produjo una sensación de soledad en aquella llanura inmensa y desolada.
Jorge siguió pasando fotos.
—Aquí está Loly y su familia. Era una gente muy simpática. ¿Y éste? Éste es ese tal Juscelino, el delincuente de las alfombras, que se hizo llamar Juan de Castro o algo así. ¡Qué sinvergüenza!
—Ahora está en Tenerife II, ¿no? Perdoma consiguió detenerlo.
—Sí, y espero que ahí se pudra. Después de lo que hizo con Hacomar y lo que nos pudo pasar a nosotros… ¡Pero! —exclamó Pilita— ¡Fíjate bien, Jorge! Éste no es el Juan de Castro que conocimos. Se parece mucho, pero lo veo diferente. ¿No puedes ampliar la foto?
Jorge maniobró en el teclado y al poco tiempo la figura y el rostro del aludido aumentó de tamaño y acapararon toda la pantalla.
—¿Lo ves? —preguntó Pilita—. ¡Es otro! Muy parecido pero es otro. Esto confirma la teoría de Perdoma de que en el robo actuaron dos personas. Tenemos a una y ésta es la otra. Tenemos su fotografía y se aprecia con claridad. Voy a decírselo a tu padre para que avise a Perdoma. Puede ser importante.
Pilita desapareció escaleras abajo e irrumpió en el salón donde Pedro descansaba.
—¡Ya lo tenemos! —gritó Pilita.
—¿Qué es lo que tenemos? ¿El disfraz? —preguntó Pedro todavía somnoliento—. Ya sabes que yo me pondré él de…
—¡Quién habla de disfraces ahora! Tenemos al ladrón, al de lo de las alfombras, al primero, al que se hizo pasar por Juan de Castro.
—Pero ¿no estabas con el tema de los trajes? ¿Qué quieres decir ahora con qué descubriste al ladrón? Ese ya está a buen recaudo. ¿De qué me estás hablando ahora?
—Acabo de ver las fotos que hizo Jorge con su móvil y que todavía no habíamos visto. Ahí sale claramente en el aeropuerto de Nevsehir. Es otro, parecido, pero distinto. Perdoma estuvo en lo cierto. Hay que avisarlo inmediatamente e informarlo de este descubrimiento.
—Calma, calma. Vamos poco a poco. Ya dimos por hecho que hubo dos cómplices. Bien. Ahora tenemos la foto del primero, ¿no?
—Sí —respondió Pilita.
—¡Estupendo! Luego subo a verla.
—Y después informarás a Perdoma.
—Primero comprobaré lo de la foto y más tarde, si tienes razón, informaré a Perdoma. Sin embargo, aunque estés en lo cierto, no creo que tengamos que apresurarnos. Perdoma está en El Hierro pasando unos días de vacaciones. A la vuelta se lo diré. Opino que unos días de demora no son primordiales. Ya se lo comunicaré a su regreso.
—Sin embargo, puede ser importante.
—Unos días más o menos no conducen a nada y sólo con una foto… Tendrá que hacer muchas investigaciones a ver si con suerte averigua algo.
—Como tú veas. Yo solo te comunico lo que descubrí y opino que le puede interesar a Perdoma. Tenemos las dos fotos, las de ese tal Juscelino y las del otro. Seguramente podrán localizarlo de alguna manera. Habrá que comunicarlo a las autoridades turcas, a la INTERPOL, en fin, a todos los sitios. Esto puede constituir un avance importante ¿No lo ves así?
—Tranquila. Luego veo la foto, la comparo con las otras y cuando vuelva Perdoma a Tenerife lo informo de todo. O, si lo prefieres, le doy una llamada y lo pongo en antecedentes. Tú termina con lo de los disfraces que yo subo enseguida y echo un vistazo a esas imágenes.
—Ya verás como tengo razón. Jorge las amplió y se aprecia perfectamente que se trata de dos personas, parecidas, pero diferentes. ¡Cómo nos dieron el pego!



















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