lunes, 23 de febrero de 2015









Otro capítulo de El tesoro de la Isla Encubierta en Carnavales.


Capítulo 40. Santa Cruz de Tenerife. 2013.

The Albatros atracó en el puerto de Santa Cruz hacia el mediodía. Varias embarcaciones y tres lujosos cruceros se mecían en las aguas de la bahía.
—Recuerden lo que hablamos —dijo don Fabio—. Albert y Charly irán a repostar combustible. Ustedes a comprar las provisiones. Yo vigilaré el barco. En cuanto terminen, nos reunimos aquí.
—¿Qué es esa música? —preguntó Celia—. ¿Y toda esa gente?
Una variopinta marea humana colmaba las proximidades del muelle y se desparramaba por las calles aledañas.
—Procede de aquel escenario, en aquella plaza —respondió Rubén y señaló con un índice en la dirección indicada—. Y hay cientos de personas con disfraces.
—¿Qué puede ser eso? ¿Alguna fiesta? —comentó Gilberto.
—Debe ser el Carnaval —opinó Charly.
—Vamos a averiguarlo —determinó don Fabio descendiendo por la escalerilla.
Don Fabio, seguido por Charly, bajo a tierra. Pasó junto a grupos de turistas que conversaban alegremente y se dirigió a un joven uniformado que transportaba unas cajas en un carrito.
—Oiga, amigo —comenzó don Fabio —, ¿puede decirme de qué va esto? ¿Qué se celebra?
—¿Qué que se celebra, dice usted? ¿No sabe que estamos en carnavales? Hoy es el Carnaval de Día. Todo el mundo está de fiesta por la calle. Bueno, todos menos cuatro pringaos, yo incluido, que tenemos que currar. ¿No viene usted por el Carnaval?
—Sí, sí, bueno… —continuó don Fabio —, pero también necesito repostar gasoil y comprar algunas cosas.
—Sin problema, oiga. El puerto funciona como cualquier día. Allí —dijo señalando en una dirección— puede adquirir combustible. También hay muchas tiendas abiertas. La recova, no, desde luego, pero hay otras tiendas y centros comerciales. No tendrá problema. Quizás tenga que ir más lejos, pero aquí las distancias no son largas. Los comerciantes aprovechan toda situación propicia para vender sus productos y con toda esta fiesta y los cruceros, no hay que desaprovechar la ocasión. De todas formas, en el resto de la isla no es fiesta. Si no encuentra aquí lo que busca, puede ir a otras localidades.
Don Fabio y Charly lo observaron con un gesto de decepción.
—¡Anímese, don, y únase a la fiesta!
—Bien, gracias, amigo —respondió don Fabio retornando al barco.
Una vez allí informó al grupo del motivo del evento y de que, no obstante, eso no representaba un cambio de planes.
—Cada uno a lo suyo —reiteró—.  Albert y Charly a por el gasoil y ustedes a comprar lo necesario. Ayuden a Gilberto. En cuanto lo tengan todo, nos reunimos aquí.
—¿No podemos quedarnos un rato? —preguntó Filipa—. El ambiente está muy animado.
—No estamos para carnavales —replicó don Fabio—. Hemos venido para lo que hemos venido. Nos traemos algo muy importante entre manos y no pienso que sea el momento…
—Pero, jefe, hemos trabajado duro. Un rato de diversión es lo que nos conviene. Además, hoy ya no podremos hacer nada. Para cuando regresemos será tarde.
—Rubén tiene razón —dijo Celia—. Hoy ya no podremos sumergirnos. Un poco de fiesta no estaría mal.
—Pero ¿y lo que tenemos en el barco? —prosiguió don Fabio—. Vamos a correr un riesgo innecesario. Deberíamos largarnos cuanto antes.
—¿Quién se va a fijar en nosotros? —añadió Cristian—. Esto está de bote en bote. Hacemos la compra y nos deja un ratito para disfrutar del Carnaval. ¿Cómo lo ve?
—Bueno —dijo don Fabio cediendo un poco ante los argumentos expuestos y la perspectiva de un día perdido—,  primero las obligaciones y luego ya veremos.
—¡De acuerdo, jefe! —clamó un coro de voces.
Albert dirigió el barco hacia la zona de aprovisionamiento de combustible. Gilberto, Filipa y los buzos saltaron al muelle y se internaron por las calles de Santa Cruz. Conforme se aproximaron a la plaza de España, el volumen de la música aumentó y una multitud colorista, aderezada con variados disfraces y llamativas pelucas, los envolvió. Todos comenzaron a moverse al ritmo de la música y por unos momentos se olvidaron de todo.
—¡Es increíble! —exclamó Filipa— ¡Esto sí que es un Carnaval! Un Carnaval donde participa toda la gente, no de exhibición, como en Río. ¡Y que ambientazo!
—¡Y que lo digas! —comentó Cristian.
—Todo esto está muy bien —dijo Gilberto—. Sin embargo lo mejor será que primero cumplamos con nuestro trabajo. Llevamos las cosas al barco y volvemos. Pienso que don Fabio está dispuesto a dejarnos un tiempo libre.
—¿Tú crees? —preguntó Filipa con un deje de incredulidad.
—Sí, al jefe se le ve dispuesto. Pero ¡vamos! Por cierto, ¿dónde está Rubén?
—¿No es ese de ahí? ¿Él que está con ese grupo de “enfermeras”? —dijo Celia señalando hacia un lado.
—Señoritas —saludó Cristian—. Permitan que nos llevemos a su “enfermo” por un momento. Y tomen su “medicina” —añadió al tiempo que le quitaba a su compañero un vaso de ron y se lo entregaba a las chicas.
—¡Vamos, Rubén, lo primero el trabajo!
—Tienes razón, Cristian, pero es que este ambiente te embruja.
—Pues déjate de embrujos y vamos primero a lo que vamos. Después ya convenceremos a don Fabio.


—¡Vamos, Pilita, que nos esperan en la entrada del Casino!
—Aún es temprano, Pedro. ¿Qué prisa tienes? Mira como está la calle Castillo ¡Es una pasada! Sinceramente el Carnaval de Día tiene más éxito de año en año ¡Es que no cabe ni un alfiler!
—¿Rodeamos por la calle San José? Por aquí va a ser imposible pasar.
—Vamos a intentarlo por un lado. Aquí está toda la marcha. Así nos vamos animando. Hay una murga en el escenario, mira. ¡Vamos a ver la actuación!
Pedro y Pilita fueron abriéndose paso entre el gentío, que ataviado con una amplia gama de disfraces que abarcaba desde los más socorridos a los más sofisticados, danzaba, aplaudía y reía.
—Ya conseguimos llegar. ¡Es impresionante la gente que hay! —comentó Pedro.
—Ahí están los Bombones y los Diablos Locos. ¡Vamos un poco a la Avenida! Quiero felicitarlos por los premios y hacerles unas fotos.
—De acuerdo —dijo Pedro consultando el reloj—. Todavía tenemos tiempo.
Pedro y Pilita dejaron atrás la plaza de La Candelaria y salieron a la Avenida frente al puerto. Los murgueros reponían fuerzas y se preparaban para las próximas actuaciones. Las terrazas estaban abarrotadas de personal. Turistas y carnavaleros se desplazaban de un lado a otro admirando la fiesta o vacilando con la gente. Las instalaciones portuarias, las diferentes embarcaciones y el océano Atlántico constituían el telón de fondo de tan magnífico escenario. A la izquierda las estribaciones del macizo de Anaga destacaban sobre la bahía. Pilita contempló todo con embeleso. Recorrió con la mirada el ambiente; le llamó la atención una figura en un barco; se divirtió con unos disfraces ocurrentes; observó con placer la marea humana que invadía la calle, y regresó a la imagen del barco.
—¡Es él! ¡Es él! —gritó de pronto —. ¿Qué hace aquí?
—¿De qué hablas? ¿A quién te refieres? ¿Te has vuelto loca?
—Es el de la foto. Mira. Es idéntico.
—¿A qué foto te refieres?
—Mira a ese de allí. El que está en aquel barco americano. Es el de Turquía. Él del aeropuerto de Nevsehir. La foto que tiene Jorge.
Pedro miró en la dirección indicada observando a Charly y a don Fabio.
—El alto se da un parecido con el tipo ese que detuvieron, pero de ahí a decir que sea el cómplice.
—¿No viste las fotos de Jorge? ¡Es el mismo!
—Al final no vi las fotos de Jorge, pero no creo que sea el mismo. Sería mucha casualidad, y además ¿qué va a hacer aquí?
—¿Que qué va a hacer? ¡Vino a recuperar el mapa! Eso está claro. Hay que avisar a Perdoma de inmediato.
—¿Cómo va a recuperar un mapa en un barco? No lo ves ahí, quieto, tranquilo. Debe ser un turista. Sí, tiene pinta de turista. Me parece que estás sacando las cosas de quicio. Será mejor que nos vayamos; nos están esperando.
—Vale, como quieras, pero yo le voy a hacer unas fotos y esta noche las comparamos. Ya verás que sorpresa te llevas.
—Haz las fotos que quieras, pero vamos de una vez —dijo Pedro dando media vuelta y regresando a la plaza.
—De todas formas tienes que llamar a Perdoma e informarle de lo de la foto. Puede serle de ayuda.
—De acuerdo. Mañana telefonearé. Ahora vamos a divertirnos y olvida a los tipos de las alfombras.
—Está bien. Vamos para allá. ¿Llevo bien el sombrero y la peluca?
—Todo está perfecto. Tienes el aspecto de una auténtica bruja.